sábado, 30 de octubre de 2010

La muerte, en nuestra cultura, suspende las críticas; así empieza la construcción del héroe


Y otra vez la muerte se hizo dueña. En la Argentina no hay político más poderoso que la muerte, y vuelve y vuelve y no nos suelta. Desde 1983 no hubo movimiento social que funcionara sin el respaldo de sus muertos: el reclamo por las víctimas, el peso de los mártires es un sustrato ineludible. Hace precisamente una semana, matones sindicales atacaron una protesta laboral, mataron a tiros a un militante de izquierda y estremecieron al país; frente a la muerte, el Gobierno se ocupó de dar satisfacción a la protesta, que antes había ignorado."Es la foto que define este momento"


El Gobierno de los Kirchner ha hablado tanto de la muerte: ha basado su mito de sí mismo en el recuerdo de los muertos asesinados por la dictadura militar de los setenta, ha pretendido que su Gobierno era la concreción de aquellos ideales, aunque fuese, generalmente, lo contrario. Desde principios de este año, la muerte de Néstor Kirchner era una posibilidad: había tenido dos episodios cardiacos, los médicos le habían dicho que se moderara, él no paraba. Kirchner tenía una pasión política que muy pocos tienen: sabía que podía morirse -no creía, seguramente, que pudiera morirse- pero seguía adelante, hasta que ayer cayó. Su pasión era confusa: iba y venía, cambiaba sus ideas y sus alianzas, acertaba y erraba, se peleaba bastante. Su muerte, en cambio, es clara: ayer era un político controvertido, hoy es un estadista. La muerte, en nuestra cultura, suspende las críticas; así empieza la construcción del héroe.
Ay, María, se nos fue, con lo bueno que era.
-Sí, tan bueno, a veces me pegaba un poco, pero era porque me quería.
La muerte de un hombre siempre es triste. La muerte de un hombre público es, además, un hecho público -un hecho de discurso- y como tal vale la pena analizarlo. En pocas horas, ese hombre se ha convertido en otro hombre: hoy Néstor Kirchner es un mártir que murió porque, enfermo, no quiso dejar de pelear por el bienestar de su país, un argentino excepcional, un gran patriota. Ya en estas pocas horas, las radios y televisiones se llenaron de figuras que emitían palabras de pesar y encomio mientras hacían, para sí, cuentas electorales. Ya en estas pocas horas, Kirchner -la figura de Kirchner- se está constituyendo en un gran muerto patrio, de esos que sostienen políticas y se vuelven banderas y las distintas fracciones se disputan. Esa figura, de aquí en adelante, no puede sino ampliarse.
Kirchner era el candidato presidencial oficialista para 2011. Ahora la elección interna vuelve a abrirse, pero tampoco tanto: va a ser difícil volverse contra el mártir. Hace más de un año publiqué un artículo que narraba una reunión inexistente donde un comité de campaña kirchnerista llegaba a la conclusión de que la única forma de ganar las elecciones era que uno de los cónyuges se sacrificara: que muriera para que el otro aprovechara el fervor que producen, en la Argentina, ciertas muertes. Era un artículo de humor; hoy el país no está para esos chistes.
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Martín Caparrós es escritor y periodista argentino y su último libro se titula Contra el cambio

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