En política, la vida es binaria.....
Al menos, en una de sus dimensiones. En una de las más estructurales: la formación de identidades políticas.
Ernesto Laclau ha escrito mucho sobre este tema (de hecho, más sobre este tema que sobre populismo.) El núcleo de la tesis es que identidades política tienden al binarismo. O, mejor dicho, que las identidades políticas forman siempre sistema, y que, por lo tanto, tienden a organizarse binariamente.
Esta tesis surge de una relectura y aplicación al campo político de los supuestos de la semiología estructuralista de Ferdinand De Saussure (tambień conocido como el teórico que logró ser uno de los más influyentes del siglo XX sin haber, de hecho, haber escrito su principal libro, el Curso de Linguística General. Este lo publicaron sus alumnos con notas de sus clases. Grosso.)
De Saussure rompe con la teoría clásica de la referencia lingüística al plantear en el Curso que los signos lingüísticos no tienen referencia externa al sistema de la propia lengua. Es decir, para Saussure, lo que una palabra significa (o refiere) no viene dado por una relación con un mundo externo, sino con relaciones internas de diferencia con los otros signos de la lengua. Una palabra “es” algo porque “no es” su vecina. Por ejemplo, la palabra “fish” en inglés es “más grande” (tiene mayor valor lingüístico) que la castellana “pez”, porque ésta está limitada por otra palabra, que es “pescado.” O sea, para De Saussure al interior de un sistema, los signos se definen por diferencia (“a” es “a” porque no es “b.”)
Continuadores de De Saussure, sobre todo Levi Strauss, desarrollarían el corolario lógico de lo anterior: si al interior de un sistema los signos se definen por oposición y diferencia entre sí, entonces los sistemas, aún los complejos, tenderán a organizarse binariamente, ya que la oposición binaria es la más simple y poderosa de las diferencias. (Tal es el análisis que hace Levi Strauss del tabú del incesto, estructura cultural básica que puede reducirse a “esta mujer-este hombre está prohibido/esta mujer-este hombre está permitido.”)
Para Laclau (y para la corriente francesa sesentista de análisis ideológico) esta misma lógica de oposición y diferencia opera en el nivel del campo político. Un campo político tiende”formar estructura”, o sea, a dividirse en dos identidades que no sólo están enfrentadas, sino que se definen a sí mismas por ese enfrentamiento. (Por eso, los politólogos, aún los que nunca leyeron a De Saussure, tienden a asumir que los sistemas políticos tienden a poder explicarse según un clivaje principal, que es binario.)
Obviamente, esto no significa que todos los sistemas políticos sean bipartidistas, o que no puedan existir sistemas dominados por tres o más partidos (aunque sí sea cierto que los sistemas multipartidistas sean más fáciles de constituir en países que tienen muchos incentivos institucionales a tal fin, como los sistemas parlamentarios.) Aquí se habla de una cuestión más cultural, diríamos, que estrictamente partidaria. Estamos hablando de una dinámica que tironea, por así decirlo, las identidades políticas múltiples y las intenta subsumir en una lógica de tipo binaria de simple y rápida comprensión: liberales/conservadores, izquierdas/derechas, monárquicos/republicanos, o peronistas/antiperonistas.
Según lo veo, entonces, un político puede hacer dos cosas: intentar construir conel binarismo apostando a la dicotomización binaria) o contra el binarismo (apostando a instalar, por ejemplo, una tercera fuerza o a ganar en una dispersión generalizada.)
Creo que en el caso de nuestro país, vivimos en este momento (tal vez desde 1983) una dinámica binarista extremadamente fuerte, que dificulta, y mucho, el sostenimiento de identidades “centristas.” Hoy por hoy, el clivaje binario principal de nuestro sistema político es kirchnerismo/antikirchnerismo, nos guste o no nos guste. (En mi opinión, no es el clivaje ideal, ni mucho menos.)
Esto implica que toda figura política está prácticamente forzada a ubicarse en uno de los dos lados Por una serie de factores (entre ellos, la debilidad de las estructuras partidarias, la centralidad absoluta de los medios de comunicación masivos como casi único escenario de construcción de liderazgos políticos, sobre todo para los políticos que no gobiernan, y también la acción del propio gobierno que juzga que gana con esta dicotomización permanente) hace que sea muy difícil para cualquier partido construir una identidad potente sin definirse por un lado del clivaje kirchnerismo/antikirchnerismo.
Obviamente, el problema es que este estado de cosas dificulta mucho el mantenimiento de posiciones que se piensan a sí mismas como centristas, mediadoras, o superadoras de los dos términos en disputa.
Por un lado, las características sumamente diversas de la propia oposición hacen que el antikirchnerismo sea casi la única identidad en común; por lo tanto, es natural que esta identidad sea reforzada de manera férrea. La oposición binaria es, casi, el único elemento de autodefinición identitaria de la oposición.
Por el otro, Para un político que no forme parte del gobierno (e inclusive para más de un par que forman parte o lo han hecho recientemente), casi no hay incentivos para no hacer una oposición enconada y a rajatabla. Que Cobos, Elisa Carrió y Pino Solanas hayan seguido en los últimos tiempos trayectorias tan similares habla menos de sus preferencias personales que de las fuerzas profundas que tironean y conforman las identidades políticas. Ocupar un lugar central en el campo antikirchnerista es una posición tentadora, en términos electorales y políticos, y existen muchos incentivos para intentar copar esta posición.
Un colega, simpatizante sabbatellista, me decía hace poco “Sabbatella tiene un problema. Yo prengo la radio a la mañana y, sobre cualquier tema, si quieren oir la postura del gobierno llaman a un ministro; si quieren oir lo que dice la oposición llaman a Carrió, Solanas, Morales o Sanz. Llaman a un kirchnerista claro o a un claro antikirchnerista, no a alguien que tiene una posición más compleja.” Similar dificultad tiene el GEN de Margarita Stolbizer, y la parte de la centroizquierda que reivindica una posición más compleja, o prescindente, en relación a este clivaje.
¿Mide este estado de cosas, o no mide? Probablemente no, en tanto la centralidad del esquema de análisis “si no estás conmigo estás contra mí” obtura la posibilidad de avanzar hacia la constitución de clivajes menos coyunturales. Sin embargo, en un punto, esto es la política y la política tiene reglas que no dependen de la voluntad del político, y mucho menos, del analista.
Autora de este articulo:
María Esperanza Casullo es doctora en ciencia política. Se dedica la teoría política, porque es terca, y sostiene que de Aristóteles para acá la conversación es una y la misma. Su tesis de doctorado versa sobre democracia deliberativa y populismo, aunque le gusta escribir sobre otro montón de cosas también, lo cual tal vez no sea la opción más sabia. Pero, al fin y al cabo, lo que hace le gusta bastante.