Razones para la esperanza
Los procesos de aprendizaje nunca son lineales. A menudo las sociedades maduran grandes transformaciones indescifrables para sus contemporáneos
Sergio Berensztein
Para LA NACION
A menudo lo esencial es invisible a los ojos. Abrumados por el vértigo de una realidad objetivamente difícil, solemos entregarnos a la resignación y el desasosiego, perdiendo de vista otros elementos que, analizados con más distancia y menos pasión, podrían brindarnos una impresión mucho más esperanzadora acerca de lo que en verdad es y puede llegar a ser el futuro de la Argentina.
El Bicentenario nos encuentra con un sabor amargo poco novedoso. Venimos arrastrando la sensación de que el nuestro es un país sin destino, los argentinos no aprendemos más de nuestros errores y no hay motivos para pensar que las cosas vayan a cambiar en el corto plazo.
Pero se trata de una sensación un tanto injusta e incluso exagerada. Vale preguntarnos si la Argentina alcanzó alguna vez en el pasado los niveles de democratización de hoy. Podríamos enumerar una dilatada lista de asignaturas pendientes en materia de calidad institucional, debilidad de los partidos políticos, falta de transparencia, preocupantes retrocesos recientes en materia de libertad de expresión y desarrollo de nuevos enclaves autoritarios. Sin embargo, es indudable que luego de más de cinco lustros de continuidad institucional, de haber consagrado una nueva Constitución y de haber superado el desafío de la alternancia en el poder, la democracia es hoy más sólida que nunca antes en el pasado. No existen actores políticos y sociales mínimamente relevantes que planteen su supresión parcial o total.
Hoy ya nadie se anima a defender la violencia como un método legítimo en la lucha por el poder. Más aún, a pesar de haberse convertido en una máquina pesada, carísima, arbitraria, opaca e indisimulablemente manipulada por intereses mezquinos, el aparato del Estado ya no alberga en sus entrañas a aquellas falanges irracionales que con distinto nombre, pretextos e ideologías han perseguido, torturado, violado e incluso asesinado personas por pensar diferente.
En efecto, la idea fuerza "Nunca más" terminó por convertirse en una suerte de inscripción imaginaria en nuestra bandera, que nos protege de nuestros propios instintos y hasta nos proyecta en el mundo como un ejemplo de valentía y apuesta heroica por la justicia y la razón. En verdad, los derechos humanos se han convertido en uno de los pocos ejes claros y estables que caracterizan a nuestra política exterior, junto con la participación de las Fuerzas Armadas en esfuerzos cooperativos por la paz y la seguridad.
A escala regional, la transición democrática ha podido consolidar al Cono Sur como una de las regiones más estables del planeta. No sólo resolvimos todos los conflictos limítrofes que teníamos con Chile y eliminamos las hipótesis de conflicto con ese país y con Brasil, sino que también desarrollamos mecanismos de confianza mutua y una notable integración económica, política y cultural. La región es una zona desnuclearizada y ajena a los conflictos étnicos, religiosos, culturales y ambientales que conforman los principales desafíos de seguridad del mundo contemporáneo.
Finalmente, resulta fundamental señalar un consenso más reciente, doloroso en sí mismo como expresión tardía de nuestra larga decadencia, pero que nos permite imaginar un futuro mejor. Se trata del imperio moral por construir un país sin hambre, excluidos ni pobreza extrema. Conviene recordar que en lo peor de la crisis de comienzos del siglo, en el contexto del Diálogo Argentino, nuestra sociedad dio un firme paso hacia la integración consagrando el Derecho Familiar de Inclusión Social. Más recientemente, hemos establecido el ingreso universal para los niños más necesitados. Queda un largo camino por recorrer para que las políticas sociales tengan un nivel aceptable de transparencia, racionalidad y equidad. Pero lo hecho hasta ahora constituye la piedra basal de un país que continúa con el sueño de ver en trono a la noble igualdad.
El listado preliminar de los consensos ausentes puede intimidar incluso a los más valientes: ¿Qué tipo de capitalismo desarrollará la Argentina? ¿Cómo reconstruirá su reputación luego de haber incumplido sistemáticamente con su palabra, sus promesas, sus compromisos externos y hasta con laudos de tribunales internacionales? ¿Cuál será la estrategia para reinsertarnos en el mundo, atraer nuevas inversiones, normalizar las relaciones con nuestros vecinos y socios comerciales así como con los organismos internacionales? ¿Cómo instrumentar un shock de calidad institucional en un sistema político fragmentado, desarticulado y enclenque, con un aparato estatal cuando menos ineficiente y disfuncional? ¿Cómo construir un país realmente federal, con una auténtica división de poderes, mecanismos ágiles de participación y control ciudadanos, absoluta libertad de prensa y expresión y efectivos mecanismos de transparencia y lucha contra la corrupción? ¿Cómo lograr una articulación entre la sociedad civil, el Estado y el Mercado que sea beneficiosa para toda la ciudadanía?
Oportunidad excepcional
En el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política , Carlos Marx afirmó que "la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar porque... [éstos] sólo surgen cuando ya se están gestando las condiciones materiales para su realización". Y puede afirmarse que es precisamente eso lo que está pasando en la Argentina. Enfrentamos una coyuntura excepcional para transformar este proyecto aún bisoño en una realidad no perfecta, pero que nos permita sentirnos orgullosos de nosotros mismos.
Por un lado, el actual entorno internacional está generando un conjunto de oportunidades sumamente interesantes para la gran mayoría de los países emergentes. Los motores del crecimiento están sobre todo en Asia, pero tanto Africa como América latina siguen teniendo un enorme potencial gracias a la gran transformación socio-demográfica que están experimentando China e India. Asistimos a la transformación de un mundo que será más abierto y multipolar, con mecanismos de coordinación en el que la voz de las potencias emergentes será mucho más escuchada que en el pasado. Somos socios de uno de los países que más ha hecho para ingresar en ese club (Brasil) y podemos aprovechar con prudente inteligencia ese vínculo.
Por otro lado, nuestra sociedad continúa acumulando recursos que pueden tener un impacto sorprendente en un entorno auspicioso e incentivador: creatividad, capacidad de innovación y espíritu de sacrificio. Si a pesar de tanta incertidumbre y dificultades de todo tipo, aparecen de forma ininterrumpida emprendimientos exitosos y proyectos admirables, no podemos más que ilusionarnos con el dinamismo que este país puede lograr con sólo permitir que sus ciudadanos convivan en un entorno estable, previsible, seguro y pacífico.
Para eso es imperioso aprender de los fracasos y de los conflictos del pasado, no para evitar repetirlos, sino fundamentalmente para que tengamos la oportunidad de debatir en un marco de pluralismo, respeto recíproco y absoluta libertad aquellas cuestiones críticas que puedan implicar aspectos vitales en la definición de valores e identidades. Los procesos de aprendizaje nunca son lineales. A menudo las sociedades maduran grandes transformaciones indescifrables para sus contemporáneos. Pero deberá prevalecer la prudencia, la generosidad y el sentido de pertenencia a un tejido social amplio y diverso por sobre la desidia, el egoísmo y el espíritu faccioso que lamentablemente ha caracterizado a vida política en nuestros primeros doscientos años.
La Argentina es una sinfonía inconclusa que debemos revisar y continuar escribiendo e interpretando entre todos. Hemos tenido solistas realmente destacados, pero la orquesta no ha terminado de ensamblarse en gran medida por groseras fallas en quienes pugnaron, no siempre con los métodos deseables, por ser sus directores.
Las condiciones están para que imaginemos y trabajemos por 200 años más en una construcción colectiva superadora. Es un desafío no menor y el miedo a fracasar no puede paralizarnos. Difícil será mantenernos de pie frente a las generaciones futuras y el mundo entero si no intentamos construir el país que queremos.
© LA NACION
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