domingo, 24 de agosto de 2014

Ni totalmente ganada, ni absolutamente perdida

Quienes criticamos duramente este ciclo K, no lo hemos hecho  solo por su grado de corrupción e impericia como nunca antes hubo en la Argentina, sino principalmente por ver que destruía medios y posibilidades para una real transformación, con una reducción concreta de la "desigualdad" y no con una maquillaje que al final de este ciclo dejara mucho mas destrucción social que la dejada por el Menemismo. 



http://www.lanacion.com.ar/1718789-gabriel-kessler-en-la-argentina-hoy-pueden-convivir-la-inclusion-y-la-desigualdad


Gabriel Kessler. "En la Argentina, hoy pueden convivir la inclusión y la desigualdad"


Para el sociólogo, que analiza indicadores de la última década, las mejoras en empleo y cobertura escolar y sanitaria no lograron reducir las brechas en calidad de vida y territorio

Ni totalmente ganada, ni absolutamente perdida: si se miran las condiciones de vivienda, el nivel de empleo, las experiencias cotidianas de usar el transporte público, curarse, ir a la escuela y tener casa propia, la década kirchnerista está hecha de claroscuros.
En rigor, de mejoras en algunos aspectos -sobre todo, en el ingreso, el trabajo y la cobertura de seguridad social-, de alta inversión que no logró acortar distancias entre grupos sociales y provincias -en educación y en salud- y de paradojas, como familias con mejores ingresos que no pudieron acceder a su propia vivienda.
Así lo sintetiza el sociólogo Gabriel Kessler, que acaba de publicar el libro Controversias sobre la desigualdad. Argentina 2003-2013 (FCE), un minucioso trabajo de recopilación y análisis de investigaciones e indicadores en distintas áreas (trabajo, educación, salud, vivienda, delito, infraestructura, cuestión rural) que intenta responder a la pregunta que se ha convertido en eje de los discursos políticos, académicos y del sentido común: ¿es la Argentina más o menos desigual que hace diez años?
El diagnóstico final, matizado y sin adjetivos rápidos, es más una trama compleja que una pintura de un solo color, e incluye una alerta: "Toda ganancia en términos de igualdad es frágil y puede ser erosionada por la acción del mismo período de gobierno", advierte el autor en diálogo con la nacion, y los crecientes reclamos por el deterioro de la situación laboral parecen darle la razón.
Para Kessler -investigador del Conicet y profesor de la Universidad Nacional de La Plata-, detrás de los logros evidentes hacia una mayor igualdad en la década kirchnerista muchas veces se ocultan fenómenos persistentes o incluso agravados.
Entre ellos, los "núcleos de exclusión estructural", impenetrables para las mejoras; las desigualdades territoriales entre provincias y dentro de ellas, y la "distribución desigual del riesgo", es decir, "de perder la vida en un accidente, de ser víctima de violencia policial, de que cualquier problema de la vida cotidiana eclosione por vivir en déficit de infraestructura", describe.
Más allá de los indicadores y los debates, Kessler es optimista. "Creo que la desigualdad no está naturalizada en la Argentina -dice-. La sociedad convive con ella, pero cree que no es tolerable."
-En el libro marcás el pasaje del uso de la noción de "pobreza" a la de "desigualdad" en el debate público, político y académico. ¿Cómo se dio ese cambio?
-La noción de desigualdad había sido históricamente central para el debate político y académico, y había estado en el eje de las demandas sociales de sindicatos y movimientos sociales, reformistas o revolucionarios. Ya a mediados de los 80 empieza a advertirse que se había consolidado una importante presencia de la pobreza en la Argentina, que irrumpe sobre todo en los grandes centros urbanos y en la zona metropolitana, y que hasta entonces por lo menos en el imaginario era un fenómeno bastante limitado, sobre todo rural y de ciertas provincias. A la vez, en ese momento hubo una confluencia de factores, como la influencia de los organismos internacionales en la agenda de investigación, reacios a utilizar la noción de desigualdad. Y la relevancia que cobró el concepto de la exclusión social, que viene sobre todo de la academia y la política social francesa, y que si bien surge como crítica a la exclusiva referencia a la pobreza, en la práctica termina circunscripta a un grupo, los excluidos que se superponen con los pobres. La pobreza es en un punto un concepto menos conflictivo que la desigualdad, que puede ser aceptado por todos más allá de sus ideologías políticas, por la Iglesia, por la centroderecha y por un pensamiento liberal, y por eso tuvo un efecto de consenso, mientras que la idea de desigualdad poco a poco fue el plexo convergente de un cuestionamiento más profundo a las promesas no cumplidas de la política de los 90. Esta recuperación de la desigualdad en el debate político-académico a nivel internacional está acentuada porque empieza a verificarse que en países tradicionalmente considerados más igualitarios, como los de Europa occidental, se daba un aumento de la desigualdad. En esos países, la importancia del concepto de exclusión no desapareció, pero volvieron con fuerza las demandas en términos de igualdad. Y en todo ese debate se advierte que mirar sólo la desigualdad de ingresos es insuficiente para dar cuenta de las complejidades que la cuestión tiene en la vida social.
-La desigualdad es un concepto más relacional que la pobreza.
-La desigualdad tiene en el centro mismo una diferencia, que es el efecto comparativo. Es imposible pensarla sin un aspecto relacional y eso es uno de sus valores más interesantes a nivel filosófico, mientras a nivel práctico permite comparar, marcar objetivos, señalar brechas, establecer de algún modo esta pregunta de cómo estamos, dónde vamos y cómo estamos con respecto a otros países comparables.
-¿Tiene un componente moral en mayor nivel que la pobreza?
-Las dos tienen un contenido moral. En la pobreza es más ambiguo: puede tener un contenido más piadoso, en el sentido cristiano de ayudar y asistir, pero también incluye la pregunta de si el pobre está haciendo lo necesario para salir de la pobreza, que en el mundo anglosajón es un debate enorme. La desigualdad, en tanto, recobra en su centro una de las dos dimensiones centrales del pensamiento democrático, que son igualdad y libertad. Al mismo tiempo, la pregunta de la igualdad nos plantea también qué tipo de igualdad deseamos, y ahí también hay debates, si es igualdad de oportunidades, de posiciones, si reconoce identidades menoscabadas.
-Hago la pregunta central del libro: ¿la sociedad argentina es más o menos desigual que hace una década?
-En la mayoría de las dimensiones que yo analizo, se puede decir que el balance es más positivo que negativo en términos de igualdad, aunque es un balance con contraluces. Toda ganancia en términos de igualdad es frágil, es volátil, y puede ser, y ya está siendo, erosionada por la acción del mismo período de gobierno. No es que el balance de un gobierno sea claro y definitivo en términos de igualdad, sino que a veces las mismas políticas pueden erosionar varias de las dimensiones en que había habido un avance. Y eso está pasando.
-¿En qué lo ves?
-Claramente en términos de la inflación y la pérdida de capacidad adquisitiva de ingresos, encarecimiento de la tierra y acceso a la vivienda, concentración de la tierra. Aun aquellas dimensiones que en este período tienen un balance hacia más igualdad, que son todas las vinculadas con el mercado de trabajo, sobre todo el empleo más protegido, tienen una volatilidad intrínseca, que vemos ahora por la inflación y por la menor capacidad de la economía de generar empleo. Así como muchas de las cuestiones que suponíamos en los 90 que se habían perdido para siempre afortunadamente se recuperaron, también las cuestiones positivas se pueden perder, los logros son lábiles. Y hay ciertos mecanismos profundos que se mantienen, como, por ejemplo, la existencia de polos de exclusión estructural que persisten a pesar de una economía que en sus mejores momentos tuvo la capacidad de generar puestos de trabajo en ciertos sectores. El otro elemento es que el mantenimiento de una porción importante de las ganancias no se hizo tanto por un aumento de la productividad como por una reducción del salario real. Si bien hubo mejoras desde 2003, esa tendencia no se desactivó.
-¿En qué medida el kirchnerismo marcó un quiebre y en qué hubo continuidad?
-Donde se ve un cambio más importante es en lo que se llama la re-regulación de relaciones del trabajo, todo lo que implicó una mejora en las condiciones y los salarios de los trabajadores, sobre todo los más protegidos. Hubo algún freno a las leyes de flexibilización laboral de los 90, hubo un aumento del trabajo en blanco, leyes como la de servicio doméstico o del trabajador rural, y un aumento de la cobertura, sobre todo de jubilaciones, y de la población cubierta por algún tipo de obra social, provincial o nacional, del 20% en una década.
-En cada área encontrás lo que llamás "tendencias contrapuestas". ¿Cómo fue en educación, salud y vivienda?
-En educación hubo un intento de una normalización de la situación, el plan Conectar Igualdad y el Fines, mejora en infraestructura, una mayor cobertura de universidades, pero se plantea allí el debate sobre la desigualdad al interior del sistema en términos de calidad. Y ahí los datos nos dan mal. En salud hay un gasto público y privado alto, pero nuestro desempeño es peor que en otros países. Perduran núcleos de enfermedades emergentes y reemergentes, como el Chagas o el hantavirus, poco visibles públicamente, y con respecto a enfermedades no transmisibles, como hipertensión, colesterol y cáncer, que a nivel internacional son objeto de planes que permiten una mejora con poca inversión, aquí no muestran un claro cambio. En relación con vivienda y con hábitat, hay una mayor presencia del Estado, como con Procrear, pero frente al encarecimiento del suelo no ha habido acción estatal. Así, al mismo tiempo que muchos hogares vieron mejorados sus ingresos, se mantuvo la dificultad del acceso a la vivienda, lo que se ve en el aumento de la población en las villas. Cuando se comparan ciertas mejoras promedio en infraestructura (agua, cloacas), las villas y los asentamientos mejoran menos que el promedio. Es decir, el piso se elevó para todos, pero en muchos casos algunas desigualdades relativas se mantuvieron, mejoraron poco o hasta aumentaron. Es parte de la complejidad que encuentro.
-Es decir que puede convivir la inclusión con la desigualdad.
-Exacto, en la Argentina hoy puede convivir la inclusión con la desigualdad. Se ve en varios aspectos. Primero, en la configuración de núcleos de exclusión estructural, que están en todas las áreas. Luego, en las diferencias muy fuertes en las condiciones de vida: se puede estar incluido en el sistema de educación o de salud, pero las disparidades y las diferencias de calidad son tan grandes que la desigualdad no se reduce. Y un tercer fenómeno es la distribución desigual de riesgos: el riesgo de perder la vida en un accidente, de ser víctima de violencia policial u homicidio, de que eclosione cualquier problema de la vida cotidiana por déficits de infraestructura. Y también, mirando hacia el futuro, hay ciertos elementos que configuran una reproducción intergeneracional de la desigualdad. Hay desigualdades territoriales que se mantienen. Algunos trabajos marcan un aumento de las brechas de desarrollo en esta década, sobre todo en las provincias del NEA y el NOA. Todos mejoran, pero mejoran menos que el promedio y menos que los que traccionaron más hacia arriba. Y los trabajos muestran que la concentración de la generación de riqueza en determinadas provincias se mantiene relativamente estable, sin muchos cambios.
-¿Qué impacto tuvo la intervención del Indec en las políticas contra la desigualdad?
-En términos técnicos, tuvo impacto sobre todo en la fijación de pobreza, porque determina la canasta básica. En ese sentido, obstaculizó consensos básicos sobre cuestiones nodales, como la tasa de pobreza y la inflación, y eso tuvo un efecto expansivo muy fuerte en generar desconfianza sobre otras estadísticas oficiales que no estaban necesariamente ligadas al tema, y en la dificultad para acordar cuáles son los criterios para discutir determinados temas. Pero además hay un debate que se superpone al del Indec y tiene que ver con cuáles son los criterios que se deben utilizar para mirar una época. No es una decisión técnica estricta, sino parte del debate político. Pasó en los 80, en los 90 y es algo que va a estar; lo vemos en la historia cuando miramos las épocas doradas y otras que recordamos como malas. Es una pugna legítima. Los indicadores son la cristalización de ciertos consensos técnico-políticos, que tienen que mantenerse a lo largo del tiempo y actualizarse para mantener comparabilidad, pero que haya una reformulación de cuáles son los mejores indicadores para hablar de nuestra época evita el uso acrítico de algunos de ellos y así clausurar los debates.
-¿Qué relación existe entre desigualdad y calidad institucional?
-La disminución de la desigualdad requiere políticas continuadas en el tiempo que tengan como objetivo reducir la desigualdad. Quiero decir: puede haber un Estado eficiente, pero cuyo objetivo no sea reducir la desigualdad; de la calidad institucional no se deriva automáticamente la igualdad. Dicho esto, sin duda, con baja calidad institucional difícilmente puedan establecerse las políticas, los consensos, los conflictos y la adjudicación de gastos que requiere la disminución de la desigualdad. A nivel provincial se da algo similar: las provincias con menor desarrollo humano son también las más desiguales. Está demostrado que a menor desarrollo hay mayor desigualdad, pero no necesariamente las provincias donde hay mayor crecimiento económico son las que muestran más igualdad. Puede haber Estados provinciales más eficaces en recaudación, pero no tener impacto en reducir la desigualdad.
-¿Qué tanto te parece que la desigualdad está naturalizada en la Argentina?
-Creo que la desigualdad no está naturalizada en la Argentina. Creo que lo naturalizado es lo que no hablamos, no miramos o nos parece que forma parte del orden de las cosas, y uno observa en actores políticos, sociales, movimientos de derechos humanos, minorías sexuales, en el discurso general, la crítica a la desigualdad, que molesta, que está omnipresente en nuestro discurso. La sociedad convive con la desigualdad y la gestiona cotidianamente, pero hay una demanda constante por mayor igualdad, una idea de que la desigualdad no es tolerable. Mi mirada optimista es que esto está en la sociedad, que puede ser volátil, claro, pero que tiene una historia en la Argentina, que a veces nos llevó a una imagen nostálgica, que no comparto, sobre un pasado dorado. Creo que a la sociedad argentina la desigualdad no le parece algo obvio y el hecho de que el tema esté tan presente no es menor, es un activo.

MANO A MANO

Acepta la entrevista -y publica el libro, o en el orden inverso- después de algún tiempo de declinar varias propuestas de opinar públicamente sobre la coyuntura. En el momento más álgido de la polarización K-anti K, que tuvo (¿tiene?) su correlato académico, Kessler prefirió no hablar. Proponer matices sonaba a tibieza y no eran buenos tiempos para eso, pensaba. Insiste en esa línea en Controversias sobre la desigualdad -cuya recopilación los investigadores agradecerán como volumen de consulta-, en el que expresamente ensaya evitar los extremos, y lo hace también en la charla, en la que se cuida bien de la crítica rápida, reconoce logros del kirchnerismo y propone una mirada más larga que la que hace comenzar todo en 2003. "No estoy muy preocupado por tildar a la década, sino en pensar qué queda de aquí para adelante, que activos hay, qué cosas hay que cuidar", insiste. Su elección de temas de investigación no siempre lo ayuda para el perfil bajo: con sus estudios anteriores sobre delito urbano y percepción de inseguridad se convirtió en referente de otro tema incómodo y propenso a los blancos y negros. Y prepara un libro resultado de otra investigación, sobre muerte y política.

UN FUTURO POSIBLE, SEGÚN KESSLER

-¿Cómo se sale de la exclusión estructural? ¿Con otras políticas, con más recursos?
-Se sale con pactos o consensos amplios, con objetivos concretos de disminución de brechas en determinadas esferas, prestando atención a algunas cuestiones que están en la argamasa de la configuración de las desigualdades, y otras que están en las preocupaciones cotidianas, como determinados delitos, calidad de educación, algunas enfermedades. Y mirando los elementos que favorecen la reproducción intergeneracional de la desigualdad. Articular la idea de desigualdad y brechas permite fijar objetivos cuantificables en políticas y ver su evolución en el tiempo. Necesitamos pactos territoriales, sectoriales, con actores públicos y privados, con distintas fuerzas políticas. Creo que también es bueno que el debate político se oriente a decir hacia dónde vamos con continuidad de las referencias y los indicadores. Argentina tiene recursos, materia gris, estudios, distintos actores, una sociedad movilizada, una demanda de igualdad fuerte. A pesar de la coyuntura actual, América latina y el país están en situación de proponerse metas de disminución de las desigualdades múltiples en plazos relativamente más estables y sin miradas dicotómicas..

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