Creo siempre que las impresiones personales de quienes viven la historia es información de primera mano muy interesante, mas allá de intereses y pasiones.
Conocí a Héctor Timerman cuando él tenía 17 años, en 1971, el año en el que apareció La Opinión, un diario en el cual trabajé, fundado por su padre, Jacobo.
Lo reencontré en los primeros meses de 1976. Recién despedido de la jefatura de redacción de la revista Gente, caí de visita en las nuevas instalaciones de Olta, la editorial que publicaba La Opinión. Fui con la intención de charlar con Jacobo, mi antiguo director, por quien conservaría a lo largo de los años, y hasta su muerte, un inalterable sentimiento de afecto y admiración.
Ese día -una muy calurosa tarde de marzo-, Héctor deambulaba en remera por los pasillos del edificio.
Me contó que su padre había insistido en hacerlo director de La Tarde, un vespertino que quería parecerse al Bild alemán, y acotó que, como yo sabía (y era cierto: yo lo sabía), no era un hombre fácil como para negarle un pedido.
En dos minutos advertí que Héctor hubiera pagado por no tener nada que ver con ese proyecto.
La vida no se lo permitió -habría de verlo en muy poco tiempo- pero esa tarde parecía con ganas de prolongar su primera juventud algunos años más. Tiempos de estudio y militancia.
Como todos los medios argentinos de entonces, con excepción de la prensa partidaria, La Tarde consignó sin críticas la llegada y los primeros pasos del gobierno militar.
Algunos, porque no sabían lo que vendría.
Otros, porque sabían lo que venía.
Lo cierto es que ese vespertino vivió hasta agosto de 1976 y dejó de salir, sin penas ni gloria. Y, con él, se fue también la mínima participación del joven Héctor en el área editorial de la empresa de su padre.
Valga decir que ya varias veces expresó públicamente su pesar por haber ocupado ese puesto en aquel diario, en una actitud de disculpas que no se ha visto en ningún otro periodista de los medios que hoy lo hostigan.
Los turbulentos meses que siguieron, durante los cuales La Opinióndenunciaba sin descanso desapariciones forzadas y hallazgos de cuerpos mutilados de militantes, familiares y desconocidos, desembocaron en el secuestro de Jacobo Timerman en la madrugada del 15 de abril de 1977.
Desde entonces, Héctor, junto a su madre, peregrinó por el país y por el mundo reclamando la aparición de su padre y, de paso, llevó en la maleta las demandas de cientos de familiares de víctimas del salvajismo de la dictadura.
Exiliado en Estados Unidos, fue cofundador del America’s Watch Committee, capítulo para el hemisferio occidental del Human Rights Watch, observatorio defensor de los derechos humanos.
Más adelante se sumó al Fondo para la Libertad de Expresión, con sede en Londres, un grupo de trabajo sobre la libertad de prensa en el mundo.
Desde entonces, Héctor Timerman escribió centenares de artículos periodísticos y pronunció otras tantas conferencias, siempre sobre el tema derechos humanos, y no ha dejado de colaborar con todos los organismos de ese sector que se lo han requerido.
Hasta hoy.
De este hombre, director por cuatro meses -entonces casi adolescente- de ese vespertino insignificante, luego dedicado más de tres décadas a la pelea por los derechos humanos, el periodista Ricardo Roa dijo el jueves 24 enClarín que el currículo del nuevo ministro excluye que fue director del diarioLa Tarde, que “apoyó calurosamente a la dictadura. (…) Ni siquiera el arrepentimiento figura en su biografía oficial”.
Agrega que Timerman no logra sacarse de encima “la contradicción de haber defendido primero la dictadura y luego los derechos humanos.”Roa no fue original. En el panorama político del mismo diario, el domingo 20, Eduardo van der Kooy -más impreciso, es cierto- aludió a “antiguas simpatías (de Timerman hijo) con la dictadura del 76.”Allí mismo, el columnista agrega: “Es cierto que esas simpatías nunca fueron tan ampulosas como las que exhibió su padre, Jacobo, un eximio periodista”.Las simpatías a las que se refiere Van der Kooy no fueron, por cierto, ampulosas, ni mayores que el cálido recibimiento que Clarín ofreció a los dictadores, como cualquier hemeroteca refresca.
Con la diferencia de que Jacobo Timerman pagó carísima su comprensible confusión de los primeros instantes. Tan cara como que fue desaparecido, ferozmente torturado, preso y exiliado durante larguísimos meses.
Y de que, también, después de los tormentos, dedicó su vida a la defensa inclaudicable de los derechos humanos.
Entretanto, la empresa a la que pertenece Van der Kooy (no él, está claro, la empresa, para que no haya malentendidos) seguía haciendo sus negocios, de los que no es éste el lugar para escribir.
No recuerdo en todos estos años que ni los peores enemigos de Timerman (con excepción de algunos portales-basura), cuando escriben sobre él, omitan, por elemental ética periodística, los padecimientos de ese viejo maestro del periodismo.
El columnista de Clarín dice que Jacobo Timerman fue eximio.
A muchos periodistas, muchos, entre otros algunos del propio Clarín, no les importa que haya sido eximio sino que fue ultrajado como un perro rabioso.
Lo perentorio de la guerra con el Gobierno ha hecho que Van der Kooy, en su columna, recuerde lo mínimo y olvide lo máximo.
Una pena.
Y una injusticia.
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