Nuestra industria fue la pobreza
El kirchnerismo manejó fortunas en la mejor etapa histórica de los precios de nuestra producción y dejó como saldo más de un tercio de la población en la pobreza.
Por Adrián Simioni
Fue un baldazo de agua fría parecido. Si un exsecretario de Obras Públicas lanzando bolsos con millones de dólares galvanizó la corrupción de arriba que hubo en los gobiernos kirchneristas, la medición de la pobreza dada a conocer esta semana por el Indec abrió una brecha definitiva en el relato de la “década ganada”.
Del “roban pero hacen” pasamos al “robaron pero fueron un desastre”.
El hecho dispara numerosos planteos:
1. ¿Cómo fue que la década de los mejores precios internacionales de la historia para las commodities , los años en que el
Tesoro tomó para sus gastos 64.500 millones de dólares del Banco Central y en que el gasto público como porcentaje del producto interno bruto se duplicó para financiar un vademécum inédito de subsidios y programas sociales, terminó con una pobreza de 32,2 por ciento de la población?
2. Tras la caída de la convertibilidad, hubo una moción de censura para “los economistas”, a quienes se les exigía una especie de autocrítica. Si fuéramos justos, habría que exigir algo parecido por semejante incineración de recursos a cambio de nada. ¿Será el turno de los trabajadores sociales que secundaban a Alicia Kirchner? ¿O de los cientistas sociales que desde las universidades o el Conicet aplaudían como hechos consumados los planes que Cristina Fernández de Kirchner les anoticiaba por cadena?
3. Alguien debería hacerse cargo. Las teorías, políticas y tecnologías del “Estado presente” fueron muy efectivas para quemar presupuestos en militancia y relato, pero no para lograr objetivos, es evidente. De tanto subsidiar la pobreza, terminamos fabricando, obviamente, más pobreza. Como se tendrían más viviendas si se subsidiaran edificios de departamentos. Nuestra industria fue la pobreza.
4. Si se lo mira bien, algo de esto pasó. La megadevaluación de 2001, por ejemplo, abarató tanto la mano de obra que, de pronto, hasta juntar cartones en la calle fue rentable. A medida que los precios internos fueron subiendo, juntar cartones dejó de “ser negocio”, porque no era productivo. Entonces apareció el Estado, con subsidios. Tal vez podría haber hecho algo más inteligente. Pero si simplemente subsidió a quien juntaba cartones y a su familia, entonces sólo le conectó el pulmotor a una actividad improductiva. Hay muchos ejemplos: inventar empleos públicos innecesarios conduce a lo mismo. Al final, en una sociedad así hay demasiada gente que no genera suficientes bienes y servicios para intercambiarlos con los demás. Aunque todos tengan billetes en el bolsillo, hay poco para repartir. Y entonces es una sociedad pobre.
5. Responsables son también muchísimos de los “movimientos sociales”, brazos de cada partido político en los que el kirchnerismo tercerizó la acción del Estado. El Movimiento Evita, por ejemplo, ocupó la Secretaría de Agricultura Familiar y nada dijo desde allí sobre la política ganadera que, en los peores años de Guillermo Moreno, obligó a muchas familias humildes del norte cordobés a desprenderse de sus tropitas de vacas. ¿El Evita habrá creído que pasear el camioncito de Pescado para Todos y arengar a los clientes que con suerte lo veían una vez al año era una derrota estructural de la pobreza?
6. Al final: lamentables las facultades de ciencias sociales de las universidades nacionales y sus intelectuales. Sin dejar de invocar jamás la autonomía, se callaron –durante ocho años de manipulación de datos de inflación y pobreza– ante quienes les firmaban los cheques. Jamás dijeron ni mu del ministro de Economía Axel Kicillof, que, además, un día decidió que ocultaría esa información pública en beneficio de su facción política.
Dato vergonzoso
Un dato vergonzoso sobre el que no se reflexionó lo suficiente: fue gracias a que un día del año pasado la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) invitó a Cristina Fernández a Roma como nos enteramos de que, según el Indec K, la pobreza era “menor al cinco por ciento”. Si no, no nos hubieran contado ni la mentira.
Otro dato vergonzoso para las universidades nacionales progres. Fue una privada y nada laica, la Universidad Católica Argentina (UCA), la que en esos años aportó la que tal vez haya sido la acción de extensión más importante de todas: trató de brindar indicadores sociales al menos más confiables que la mentira abierta.
Lo hizo para suplir al Estado. Que había defeccionado. Ante los ojos de todos y el silencio profundamente hipócrita de tantos.
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El texto original de este artículo fue publicado el 01/10/2016 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.