viernes, 8 de febrero de 2013

Los números más importantes para el crecimiento = Menem.



El actual modelo económico es similar al de los 90: después de 10 años de transformación de la matriz productiva nacional, los números más importantes para el crecimiento de largo plazo siguen igual a los de Menem. Los que no, cada vez se parecen más a los 80. 


Por Jimena Zúñiga


En Groundhog Day, Bill Murray interpreta a Phil Connors, un misántropo reportero atrapado en el espacio (Punxsutawney, Pennsylvania) y el tiempo: cada mañana el despertador suena a las 6am del mismo día, el “día de la marmota”, y anticipa las mismas frustraciones y los mismos intentos fallidos de conquistar a Rita, la monísima Andy MacDowell.
La economía argentina despide 2012 con mucho sabor a Groundhog Day. Los saqueos que cerraron el año, tan parecidos a los de 1989 y 2001, conjuran una frustrante sensación de vuelta al pasado, de trayectoria circular, de En Este País Siempre Lo Mismo. Es lógico: el modelo económico que los precede y precipita, se parece en más de la cuenta a los que precedieron 1989 y 2001.

Algunos colegas ya han señalado algunos parecidos con los 90, especialmente la pérdida de competitividad del peso y la supremacía del crecimiento de corto plazo como objetivo de política económica. Para mí las dos cosas están relacionadas y se ven en el estímulo exagerado a la demanda doméstica (que produce crecimiento rápido con mucho rédito político) por oposición a la capacidad de producir más de manera sostenible (que requiere más esfuerzo, pericia y paciencia). Los datos de cuentas nacionales del INDEC muestran que la demanda doméstica en términos reales en 1997, el apogeo de los 90, fue 102.9% del PIB. ¿En 2011? Luego de un piso de 92,2% en 2002, casi lo mismo: 102,7%.
Tanto en los 90 como en la actualidad, la otra cara de la moneda de una demanda sobre-estimulada es la prevalencia de un tipo de cambio real demasiado apreciado. En castellano: el país está otra vez carísimo en dólares, mucha gente viaja a Miami a comprar Fragancias Importadas y, lo que a mí más me preocupa, se asfixia a los sectores con potencial exportador que podrían contribuir a una prosperidad duradera. Al kirchnerismo le gusta compararse con 2002: desde ese año, ajustando el tipo de cambio real publicado por el INDEC con la inflación publicada por las provincias, se perdió 70% de lo que se había ganado en competitividad vía devaluación.
La mejor política macroeconómica para mantener una moneda competitiva es, a través de la política fiscal, fomentar el ahorro en vez del consumo (público y privado). Mientras menos queremos comprar los argentinos, menos pesos nos hacen falta y más se deprecia el tipo de cambio “de equilibrio”, es decir, el tipo de cambio “al que tiende” el peso. ¿La peor política macroeconómica? Atraso cambiario, o contener el tipo de cambio nominal en un valor menor a ese equilibrio: los 90 calcados. 
Menos denostado pero igual de malo, el actual modelo económico se parece a los 90 en que después de 10 años de Transformación de la Matriz Productiva Nacional, tenemos la misma participación de la industria en el PIB que a fines de los 90 (16%); la misma tasa de inversión (21%); la misma participación en las exportaciones manufactureras globales (0,2%); la misma sofisticación de la canasta exportadora (equivalente a la de un PIB per capita de US$8000); y, después de las surreales políticas comerciales de Guillermo Moreno, la misma tasa de apertura comercial medida en términos reales (24%). Pobre Cristina, tanto le gustan los números y los más importantes para el crecimiento de largo plazo le dan igual a los de Menem.
Finalmente, si parecía que los trajes aburridos de Néstor marcaban un contraste con la Ferrari y el golf de Carlos Saúl, la asunción de Amado Boudou como vicepresidente, sus guitarras eléctricas, sus motos y su acusación de corrupción no le dejan a los resultados económicos del kirchnerismo ni siquiera la ventaja de los símbolos.

El modelo económico actual tiene tres ventajas con algo de cierto y algo de no tan cierto respecto de los 90. La primera, y a la que personalmente le atribuyo mucho valor por el tipo de sociedad más equitativa que implica, es la menor tasa de desempleo (7,6% en la última medición; 18,4% en su pico durante el menemismo, y un poco más si se considera que las series no son enteramente comparables). La segunda tiene que ver con mejores resultados fiscales, con un ratio de deuda pública a PIB de 42% en 2011 versus 53% en 2001. La tercera tiene que ver con mejores resultados externos, sintetizados en una deuda externa total de 31,2% en 2011, versus 61,8% en 2001. 
¿Qué parte de estas victorias no es tan así? De nuevo se pueden trazar analogías con los 90, pero también con la tierra barrida debajo de la alfombra que dejaron los 80. 
Empezando por la mejor situación externa, hubo más suerte que mérito. Por ejemplo, de nuevo en base a datos de cuentas nacionales, en 2011 tuvimos una diferencia positiva de 2,3% del PIB entre las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios. Pero sólo gracias a precios: contando sólo cantidades, habríamos tenido un déficit de 2,7% del PIB, casi lo mismo que el máximo de los 90 (2,9%, la otra cara de la moneda de la diferencia entre demanda doméstica y PIB).
Con respecto a la situación fiscal, volvemos a parecernos a los 90 en que las estadísticas de deuda ocultan el peligro de un tipo de cambio sobrevaluado. Cuando se devaluó en 2002, la deuda pública saltó de 53% a 166% del PIB porque gran parte estaba denominada en moneda extranjera (mientras que salvo por los productos exportables el PIB está casi todo en pesos). Hoy, a contramano de un desarrollo impresionante de los mercados de deuda en moneda local en toda la región, en Argentina el porcentaje de deuda pública denominada en moneda extranjera sigue siendo altísimo (61% del total). 
Pero esto no es lo único que resta mérito a las tres victorias del modelo. Porque además de sus parecidos con los 90, cada vez tienen más semejanzas con los 80.   
Por ejemplo, tal como en los 80, la conquista social del empleo es endeble por dos motivos. Primero, entre 2003 y 2011, el empleo público casi se duplicó, sin que el Estado haya recuperado un rol importante en la provisión de servicios públicos y con la población recurriendo cada vez más a servicios privados (por ejemplo en educación). ¿Qué están haciendo esos 1,5 millones de empleados públicos? Muchos de ellos son, probablemente, desempleados encubiertos. Segundo, las restricciones a las importaciones acentuadas desde las elecciones de 2011 también esconden desempleados, porque les permiten subsistir sólo mientras no llegan las maquinarias y equipos que los harían superfluos o mientras sobreviven las industrias que los emplean y que, sin protección, no existirían o se reducirían drásticamente. Eso también es precariedad. 
Mientras tanto, las cuentas fiscales se parecen a los 80 no sólo por la fuerte participación del impuesto inflacionario en la estructura tributaria, sino también por la falta de reconocimiento de deudas como las de los reclamos previsionales, la del Club de París y la de los holdouts, tan frecuentemente recordada este 2012 por episodios como el fallo del juez Griesa y el embargo de la Fragata Libertad en Ghana. A esto hay que sumarle la deuda de infraestructura: 26% de las empresas argentinas se considera limitada para crecer por problemas de transporte y 43%, por problemas de provisión de electricidad.
Por último, en el plano externo el parecido con los 80 se manifiesta en las restricciones para importar y comprar divisas, las cuales cierran la economía. Estas políticas no sólo nos han puesto en un triste camino de atraso tecnológico ya conocido, sino que han hecho al equilibrio comercial que preservan tan endeble como los puestos de trabajo que protegen. 
Como en Groundhog Day, tras diez años de verborragia transformadora, este modelo no propone más que una repetición tragicómica de los mismos errores, expuestos de la misma manera por las mismas cacerolas y los mismos saqueos. Mientras tanto, y a diferencia de décadas anteriores, estamos más solos: la mayoría de los otros países grandes de la región (salvo Venezuela) ha quebrado el  círculo vicioso y avanza hacia la prosperidad sobre un camino sólido de estabilidad macroeconómica. 
Hoy termina un año repetido para Argentina pero, no desesperemos, ojalá lo sea por última vez. Bill Murray, al final, se despierta con Andy MacDowell.

Fuente
http://www.bastiondigital.com/notas/el-a%C3%B1o-de-la-marmota

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