El adiós al Mirage, en un país indefenso
Horacio Jaunarena
Son comprensibles los sentimientos de los veteranos que despiden ahora formalmente esos aviones que son parte de nuestra historia. También queremos expresar un mensaje de esperanza a los jóvenes pilotos llenos de vocación, que admiran a sus veteranos y conocen las leyendas de sus aviones, pero que no pueden volar por falta de aparatos y de horas de vuelo. Vendrán tiempos mejores.
De los 29 cazabombarderos de la familia Mirage que tenía la Fuerza Aérea Argentina, sólo tres aparatos están en condiciones operativas de volar y por muy cortos períodos. Esta limitación no es nueva; la entonces ministra de Defensa Nilda Garré, siete años atrás, había prohibido que volaran por la reiteración de accidentes. No obstante, desde entonces, nada se hizo para superar esta carencia.
Ahora, la Fuerza Aérea ha decidido la “desprogramación definitiva” -eufemismo que significa archivar los restos- de esos aviones, que fueron, durante décadas, el principal sistemas de armas que tuvo la Nación para el control de su espacio aéreo. En rigor, se trata de una imposición de la realidad y de un reconocimiento tardío, pero siempre preferible a la mentira.
Los Mirage, en sus distintas versiones, prestaron servicios por más de cuatro décadas y ya no hay repuestos en el mundo para mantenerlos. Generaciones de pilotos los tuvieron como objetivos e instrumentos de su vocación. Hombres y aparatos fueron abatidos en Malvinas. Nuestro recuerdo y homenaje a los patriotas caídos que hoy están en el cuadro de los héroes. Dieron la vida cumpliendo con su deber, pese a las decisiones funestas e irresponsables de los que decidieron esa guerra.
Del otro componente central del poder aéreo de la Nación, los Skyhawk A4, sobre un total contable de 33 aparatos —son un diseño de la década de los 60— hay cuatro aviones operativos. Escasos tres aviones Pucará están en condiciones de vuelo. Con radares insuficientes para controlar nuestras fronteras, y que funcionan en cortos horarios por falta de presupuesto, son ilusorias las posibilidades de controlar nuestro espacio aéreo.
Del total de aparatos de la Fuerza (la enorme mayoría no son de combate e incluyen los helicópteros) sólo el 25 por ciento se encuentra en servicio. En el mes de julio, recibió un importante lote de repuestos de helicópteros Hughees, como donación de la Gendarmería Nacional que había dado de baja a ese tipo de máquinas por obsoletas.
Ninguna de las Fuerzas Armadas puede cumplir hoy con la misión principal que la ley les asigna, de esta situación fue informada la Ministra Garré por el Jefe del Ejército a mediados del 2008. Su equipamiento tiene un promedio de edad que supera los treinta y cinco años y su despliegue territorial requiere más del triple de los soldados que alista.
La Armada, con presupuestos que no alcanzan para completar siete días de navegación por barco y por año, no puede instruir adecuadamente a su personal. Sus misiles y torpedos están vencidos y el control de nuestro espacio marítimo es una mera ilusión. Nuestros ríos son autopistas para el contrabando de droga y otras mercaderías, mientras la Prefectura vigila el tránsito de vehículos en los lagos de Palermo, la seguridad en Puerto Madero, y la venta de divisas en el centro de Buenos Aires.
Los objetivos prioritarios de una política de seguridad en cualquier comunidad moderna son proteger la vida y la libertad de sus habitantes, asegurar la integridad territorial, defender sus recursos naturales y garantizar las decisiones soberanas del Estado.
Estos objetivos tienen como requisito y condición el control de nuestro territorio para permitir desde el ejercicio de las libertades individuales -afectadas por el delito común-, hasta evitar la depredación de nuestras riquezas, entre ellas la pesquera y el control del narcotráfico. No lo estamos haciendo.
La seguridad es una responsabilidad indelegable del Estado, requiere amplios consensos democráticos que coordinen, en sus niveles claramente diferenciados, las capacidades militares, las de las fuerzas intermedias de seguridad y las policiales, considerando los riesgos y amenazas según sus características específicas, que no dependen de su eventual origen territorial.
Frente a la retórica del relato y enfrentando francamente la cruda realidad, en materia de Defensa y Seguridad no hay soluciones mágicas. Si, deberemos buscar decisiones adecuadas.
Como sus efectos exceden el mandato de cualquier gestión de gobierno, serán necesarios- en el estricto sentido del término- acuerdos entre las fuerzas representadas en el Parlamento, que garanticen la perdurabilidad en el tiempo de las políticas que hagan posible la reconstrucción de nuestro sistema de seguridad y defensa, hoy en crisis.