sábado, 20 de agosto de 2016

Un niño que tiene miedo es más vulnerable

Francesco Tonucci: “La casa puede ser más peligrosa para el niño que la calle”
Toda la obra de este psicopedagogo es un alegato a favor de la independencia de los chavales.
 Impulsor de un exitoso programa para que los pequeños caminen solos al colegio,
su ‘alter ego’ es Frato, un viñetista que reflexiona, sin dramatismo, sobre la educación.
Este psicopedagogo padre de tres hijos ha conseguido que miles de niños en el mundo vayan solos al colegio aprendiendo en ese trayecto casi tanto como en la escuela. En 1991, el italiano Francesco Tonucci (Fano, 1940) convenció al Ayuntamiento de su ciudad natal para iniciar el programa piloto Camino seguro, que instaba a los chavales a organizarse para ir juntos a la escuela. Hoy la exposición Imaginar la educación. 50 años con Frato le rinde homenaje en el Parque de las Ciencias de Granada. Frato es su seudónimo cuando dibuja tiras cómicas. Sus viñetas, sus libros –La ciudad de los niños o Cuando los niños dicen ¡basta!, ambos editados por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez–, toda su obra es un alegato a favor de la independencia mental de los chavales y su regreso a las calles.
¿La calle es peligrosa porque no hay niños en ella? Es una paradoja. Su presencia obliga a los adultos a tener cuidado. Son la seguridad más barata y sencilla.
¿Seguridad barata? La seguridad producida a partir de medios defensivos es una manera de delegar nuestra responsabilidad. Se la cedemos a la cámara de vídeo o al guardia al que pagamos y la asumimos cuando cuidamos de los niños. Si yo fuera delincuente, sabría que un lugar en el que cuidan a los pequeños no es un buen territorio para actuar. El bandido necesita descuido, abandono, desconfianza, oscuridad y miedo. Por eso siempre recomiendo a los padres que dejen a los niños solos en la calle.
¿Por qué tenemos tanto miedo? Educar a los hijos insuflándoles el miedo a los demás es lo peor que podemos hacer como padres. Su autonomía es fruto del amor, no del abandono. Un niño que tiene miedo es más vulnerable. Si le decimos: “Ojo, no te pares con nadie, no te fíes de nadie, no mires a nadie…”, lo estamos marcando de por vida.
“LA PRESENCIA DE LOS NIÑOS EN LA CALLE OBLIGA A LOS ADULTOS A TENER CUIDADO. SON LA MEDIDA DE SEGURIDAD MÁS BARATA Y SENCILLA”
¿A quién beneficia el miedo? Creo que a nadie. Pero lo producen la televisión y los políticos. La violencia es la excepción, pero los medios la hacen pasar como la norma. No es algo habitual en ninguna ciudad y menos en las europeas. Vivirlo como si lo fuera cuesta la libertad de los niños y su formación como futuros adultos miedosos. Hay violencia contra los niños y contra las mujeres, pero el 90% proviene de los familiares, de los educadores o de las parejas, y no de lo que sucede en la calle.
¿Hay una industria del miedo? Me temo que sí. Se considera que Londres es la ciudad del mundo más videocontrolada. Esa vigilancia tan estrecha es costosísima. En 2001 colocaron microcámaras en las gorras de los policías, como los pilotos de fórmula 1, y comprobaron cuántos delitos resolvían gracias a las cámaras callejeras. El resultado indicó que solo el 3%. En la misma época, en el barrio Almirante Brown de Buenos Aires, que es muy conflictivo, ocurrió un caso de abuso a una niña. La gente salió a la calle para protestar y se aumentó el número de guardias, pero allí más policía equivale a más tiroteos, así que tuvieron que buscar otra solución y recurrieron a mi propuesta de camino seguro. Tras esa experiencia, se comenzó a aplicar en Buenos Aires, y con la autonomía de los niños la criminalidad descendió un 50%.
Defiende reformas económicas y radicales. ¿Por qué no le escuchan los alcaldes?Algunos lo hacen. Un niño que se mueve con sus progenitores es un hecho privado. Aunque se porten mal los padres, no es fácil intervenir. Un menor que va solo es un hecho público. Por malos que seamos, que lo somos, prácticamente nadie rechaza ayudar a un niño.
En sus libros recomienda que si un pequeño está solo en la calle y le ocurre algo, pare al primer adulto que vea. Es importante que sea el primer adulto que encuentre.
¿Por qué? Es fundamental que no le den criterios de selección, si no los feos serán pedófilos y los prejuicios le empujarán a ver monstruos. Hace 20 años que lo defiendo y nadie se me ha quejado nunca.
¿Por qué educamos en la desconfianza? Por miedo. Por eso pido a políticos y a periodistas que asuman su responsabilidad. Que el mayor daño lo causan los conocidos es un dato tan relevante como triste. Abusar de un niño no es fácil. Solo puede hacerlo quien tiene acceso afectivo a ellos.
Ha escrito que el lugar más peligroso para un menor es su casa y el coche de sus padres. Creemos que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es darles la mano y que se queden en casa. El coche es un apéndice de la casa. Pero si va a urgencias y hace una encuesta verá que el 90% de los niños llegan por accidentes de coche y domésticos.
Pasan más tiempo ahí. Así es. Pero la casa no se percibe como peligrosa. Un niño despierto evita el peligro porque aprende a detectarlo. Y uno que se aburre tiene que aprender a salir del tedio, por eso considero que el aburrimiento es un regalo: obliga a imaginar. Inventar ha sido mi vida. El problema actual es hacerlo en casa: desmontar un enchufe, abrir el gas, mirar lo que la mamá esconde, abrir la botella rara. Esto se traduce en incendios, envenenamiento o caídas desde la terraza. Hay que dejar salir a los pequeños. No pueden jugar con todo su potencial dentro de una casa. Al estar en la calle, un niño puede encontrarse más seguro. Fuera de casa se portan de otra manera.
“HAY QUE AYUDAR A LOS PADRES. HOY SE ESTIGMATIZA AL ADULTO QUE DEJA LIBRE AL HIJO”
¿Qué datos sustentan esa idea? Muchos. Cuando describo el programa de llegar solo a la escuela, siempre hay un padre que me dice: “Me encanta lo que cuenta, pero no conoce a mi hijo. Se tirará debajo del primer coche que pasa”.
¿Pensamos que tenemos hijos tontos? Con frecuencia. Hay una razón: los conocemos del tiempo que pasamos con ellos llevándolos de la mano. Para nosotros movernos significa trasladarnos: salimos para llegar, y lo hacemos con el tiempo justo. Por eso no aceptamos que el menor se pare, observe, recoja porquerías, se quede mirando… Eso le obliga a portarse como un tonto. Y los tontos hacen tonterías. Los niños que mueren en la calle lo hacen cuando un adulto se despista. Buscan romper el aburrimiento. En Pésaro, Italia, 2.000 niños mayores de seis años van solos al colegio cada día. Pedí a la policía que me informara sobre los accidentes de este grupo a lo largo de una década. Ni uno. Ni atropellos, ni violaciones ni secuestros. Entre los que iban con sus padres hubo nueve accidentes.
¿Cómo es una ciudad pensada para los niños? Es una ciudad. Hoy no tenemos ciudades. La Segunda Guerra Mundial las destruyó. Se tuvieron que reconstruir y se hicieron para algunos, no para todos.
¿Eso no ha sucedido siempre? No. En la ciudad histórica, alrededor del mercado, el símbolo del encuentro, había ricos y pobres. Las casas de los nobles diseñadas por grandes arquitectos en Roma o Barcelona están pegadas a las casitas humildes de los artesanos. Eso enriquecía la ciudad. La llegada de la gente del campo para trabajar en la industria fomentó la periferia y la desertización de los centros históricos, que compraron los bancos y el comercio. Tras la Segunda Guerra Mundial, las ciudades se diseñaron para hombres adultos y con trabajo. Se pensaba que si eran buenas para el jefe de la familia, lo serían también para sus mujeres y los hijos. La idea es sencilla: “Si las hacemos a la medida de lo que pide el patriarca, él nos votará y arrastrará los votos de su familia”. Los ancianos, los niños y los discapacitados desaparecieron de la ciudad. Crear un lugar específico es una forma de segregarlos, de excluirlos.

Por eso está en contra de los parques? Siempre pienso que quienes llevan a sus hijos al parque son adultos que no han sido niños. ¿En cuántas de nuestras infancias hay columpios y toboganes? Los niños necesitan inventar.
¿Para un niño de hoy vivir la experiencia del descubrimiento y la aventura es imposible? Hoy el riesgo o no existe o es enorme. Esto produce efectos fatales.
En España hay más de 20 municipios seguidores de su programa La ciudad de los niños: Gandia, El Prat de Llobregat, Alzira… Los alcaldes se adhieren, pero eso hace que la iniciativa sea vulnerable a las elecciones.
Cuando le llaman, ¿qué sucede en las ciudades? El objetivo es la autonomía de los niños. Involucramos a los comerciantes, a los ancianos… A lo largo del camino hay tiendas identificadas con una pegatina donde se puede parar para pedir un vaso de agua o usar el baño. Hay jubilados que, durante una hora al día, se hacen cargo de cruces peligrosos, de pasajes.
No hay adultos que los acompañen. Esa es la clave. Solo pueden ser niños. Es fundamental trabajar la autonomía. El objetivo no es tanto llegar a la escuela como aprender a salir de casa. Para prepararlo, el recorrido casa-escuela es el más sencillo, se repite a diario y lo realizan muchos niños. Eso aumenta la seguridad y la tranquilidad de los padres. Pero es solo un primer paso.
En los lugares que siguen su modelo hay un consejo de niños. Sí. Las ideas de los niños son las que están fuera del poder.
¿El proyecto de La ciudad de los niños se lo piden más en municipios de una ideología determinada? Porcentualmente, desde ciudades progresistas. Pero en Buenos Aires, cuando llegó Mauricio Macri, no interrumpió el proyecto, lo amplió.
“NO NECESITAMOS NI BUENAS NI NUEVAS LEYES EDUCATIVAS, TAN SOLO BUENOS MAESTROS”
En Pontevedra el alcalde también confió en usted. Me dijo que aquella era mi ciudad. Normalmente me despachan con un “me encanta, pero deme dos o tres años para ponerlo en marcha. Resuelvo el tema del tráfico y luego hablamos”. Así no va a funcionar.
¿Qué sucedió en Pontevedra? Allí llueve mucho. Pensamos en dos personas juntas con un paraguas abierto y medio metro más para los bancos. Eso dejaba tres metros para los coches, y tuvo que desaparecer el aparcamiento.
¿La gente protestó? Todo cambio genera protestas. Luego empezaron a caminar. Hicieron planos de la ciudad midiendo las distancias en metro por minuto. El alcalde, Miguel Anxo Fernández Lores, es médico. Conoce la importancia de que la gente camine.
¿Las ciudades no están bien diseñadas? Están proyectadas desde la imagen y el poder, no desde el uso. Si uno va a Pontevedra en coche, debe aparcarlo. La velocidad máxima en toda la ciudad es de 30 kilómetros por hora, y en el centro, de 20. El alcalde me contó que a 50 km/h muere uno de cada dos peatones atropellados. A 30 km/h, uno de cada 20.
¿El mantenimiento de la industria del automóvil está dibujando nuestras urbes? Los alcaldes se excusan: si quito los coches, no me votan. Fernández Lores lleva cinco legislaturas, es del Bloque Nacionalista Galego y Galicia no es una región progresista. Pero la gente lo ha entendido.
¿Cómo han afectado a su discurso las nuevas tecnologías? No se trata de volver atrás, pero cuando yo era pequeño mi madre nos echaba de casa. No es que no nos quisiera, es que no tenía otra opción para arreglarla. Hoy tenemos recursos para encerrar a los niños en una habitación y eso hace que usemos televisiones y ordenadores en su contra para controlarlos.

Usted no tiene móvil. No. Y a los niños siempre les advierto de que es una herramienta de control: deben estar siempre disponibles para los padres y eso les obliga a decir mentiras porque no se pueden dar detalles siempre ni de dónde estás ni con quién. Una de las satisfacciones más grandes es despedir al hijo y esperar a que vuelva para que nos diga lo que ha hecho. Ya sabemos que no hablará de todo, pero la clave es la confianza, que hace que cuando quieran puedan contar.
¿Somos hoy peores padres? No. Siempre se hace lo mejor que se puede, pero hay que ayudar a los progenitores a salir de la prisión en la que se han metido con sus hijos. Socialmente, el adulto que deja libre al hijo es un mal padre.
Defiende la formación de niños como seres pensantes. Si pueden expresar lo que piensan, van a plantear conflictos porque tienen necesidades distintas de las nuestras. La chica canadiense que participó en la cumbre de Río de 1992 hablando en nombre de los niños de la tierra dijo que lo que hacíamos los adultos la hacía llorar por la noche. Los pequeños, si pueden hablar, denuncian. Y nos obligan a reflexionar, a aceptar que no lo hacemos todo lo bien que podemos. Pero la educación entendida como acostumbrar a los niños al pensamiento adulto es mucho más cómoda. Una formación así es una forma sofisticada de conservación. Un niño de Puebla, en México, me decía que los adultos le pedían siempre que tuviera paciencia, que cuando creciera lo entendería. Ese es exactamente nuestro modelo educativo: hay que crecer para ser como los adultos. Y si yo puedo ponerme como modelo de mis hijos y de mis alumnos, estoy utilizando modelos de ayer, es decir, estoy garantizando que no va a haber cambios, en lugar de mejorar a partir de mi experiencia. Aceptar al niño de hoy sí que sería revolucionario.
Muchos niños han pasado de ser mano de obra a ser clientes. Yo nací durante la Segunda Guerra Mundial y no tuve ni dinero ni juguetes. Muchas de mis ideas tienen su origen en aquella necesidad de fabricarme mis propios juegos con las cajas de medicinas de mi padre, que era enfermero.
Durante su infancia no había tiendas para niños. La ropa nos la hacía mi madre. Una misma prenda pasaba por los cuatro. Una vez, cuando fuimos a elegir un tejido para hacer un abrigo, vimos que mi hermano menor miraba la tela del revés. Mi madre se lo advirtió y él le contestó: “Es lo que me tocará”. Siempre ha tenido sentido del humor. Pero nuestra vida era así. Hoy está claro que la infancia es un mercado.
¿Cómo afecta eso a los niños? La publicidad los maneja. Y educa en esa manipulación. Es responsabilidad de los padres tratar de que sus hijos piensen por sí mismos.

¿Qué hizo que usted se interesara por la educación? En mi infancia todos los niños estaban tristes. Yo lo estaba. No me gustaba la escuela y, de adulto, eso me dio que pensar. La educación que defiendo es una revancha de esa experiencia.
También las tiras cómicas que, desde hace décadas, firma con el seudónimo de Frato.Desde luego. Lo que más me apena es ver cómo, tras mis hijos, mi nieta pequeña de ocho años sigue haciendo lo mismo, recibe casi la misma educación. No es tolerable que con lo que ha cambiado el mundo en 75 años la escuela haya evolucionado tan poco.
¿Qué cambios propondría? Fomentar la independencia, evitar la imitación.
¿Qué tipo de padre ha sido? Todo lo que pienso como educador lo descubrí enseñando. Cometí todos los errores que cometen los padres: muchos con el primero, menos con el segundo, y así. Por eso soy partidario de no tener un hijo único.
¿Se va aprendiendo o uno se va debilitando? Rebajar el nivel de exigencia es positivo. Con los hijos uno debe formarse, y parte del aprendizaje consiste en suavizar las obsesiones. El niño no puede ser el extraterrestre que es el primer hijo. Sobre todo ahora que las familias viven la maternidad y la paternidad con mucho miedo. Un niño criado en un ambiente relajado tiene mejor vida.
Habla de escuchar a los niños. ¿No les hacemos demasiado caso? No. Les prestamos atención como objetos de consumo. Escucharlos es desarrollar una relación de confianza. Tenemos que demostrarles que nos interesa lo que piensan, con los riesgos que comporta. Porque si les preguntamos banalmente lo que piensan, como son listos, nos dirán lo que creen que queremos oír.
¿Los maestros están infrapreparados? No necesitamos ni buenas ni nuevas leyes de enseñanza. Necesitamos buenos maestros. Si alguien puede cambiar la escuela es el maestro. En España tienen una ley de educación absurda, la ley Wert. Dice cosas que en el mundo académico no puede compartir nadie. Ya en el prólogo establece que el objetivo de la escuela es la competición, y eso hoy casi parece un chiste. ¿Cree que algún buen profesor ha cambiado su forma de trabajar porque lo haya dicho la ley?


¿Los maestros son buenos o malos al margen de las leyes educativas? Si lo que enseñas es a repetir, importa muy poco que los contenidos sean progresistas.
Defiende la posibilidad del descubrimiento, la necesidad de tomar decisiones. Y está en contra de los deberes. Son un abuso. Si el profesor ha dado bien la lección, no hace falta comprobar que lo han entendido. Los deberes impiden a los niños vivir el tiempo libre en el que se podrían producir las aportaciones de los propios menores a la escuela.
Se ha dedicado más a investigar que a formar. Solo di clase dos años a alumnos de segundo de secundaria.
¿Qué parte de su vida dedica a ser Frato, el dibujante de tiras cómicas que desenmascara los problemas educativos, y qué parte es Tonucci? Frato se queda con el placer. Siempre creí que había nacido artista, no investigador. Pensaba que un día lo dejaría todo y me pondría a pintar.
¿A qué espera? La vida me ha llevado por otro camino. Comencé a hacer viñetas para hablar de la educación desdramatizando. No veía lógico que solo se debatiera en cuadernos que solo leen los investigadores. Quise aportar cambios. Por eso dibujé con cierto pudor, porque ni un artista ni un investigador se dedican a hacer dibujitos. Y por eso también me puse un seudónimo: para esconderme.

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